24 de enero de 2016

Señor de angustia



SEÑOR DE ANGUSTIA


El  señor caminaba tanteando la calzada en cada paso, los dos brazos en paralelo al horizonte como si dijera ¡Ven!, solo que sus manos apretaban el aire.

La mirada mía ahí, clavada, preguntándose, ¿agresor, dolor, lástima? ¿Ayudo, corro, grito? ¿Herido de alma, de cuerpo?

Ya cerca de mí, paralizada, con los ojos desorbitados intentando cerrarse. ¿Huir? Ningún auxilio para mí, para él, en la soledad más oscura de este día tan soleado.

No sé si la angustia, el lóbulo derecho haciendo de las suyas, acorralando todos los miedos ancestrales de noticias amarillas, películas dramáticas, trágicas… Se lanzó hacia mí, sin palabras; sin otro gesto que esos brazos catatónicos. Palpé su espalda encimada, caímos, como pude le di vueltas no sin esfuerzo sobre lo natural.  Un cuchillo en sus pulmones laceraba el aire.

Sentada en mi auto, aparcado en el hombrillo de la vía, me limpio la frente como si quisiera apagar el tercer ojo, ese que ve más allá de lo que ve.


Miro al hombre de la angustia seguir su camino tambaleante, con los brazos paralelos a la calzada como si temiera no ver el siguiente obstáculo: mujer, poste, muro.

María Luisa Lazzaro (Marial)
Noviembre 2015