SEÑOR DE ANGUSTIA
El señor caminaba tanteando la calzada en cada
paso, los dos brazos en paralelo al horizonte como si dijera ¡Ven!, solo que
sus manos apretaban el aire.
La mirada mía ahí,
clavada, preguntándose, ¿agresor, dolor, lástima? ¿Ayudo, corro, grito? ¿Herido
de alma, de cuerpo?
Ya cerca de mí,
paralizada, con los ojos desorbitados intentando cerrarse. ¿Huir? Ningún
auxilio para mí, para él, en la soledad más oscura de este día tan soleado.
No sé si la
angustia, el lóbulo derecho haciendo de las suyas, acorralando todos los miedos
ancestrales de noticias amarillas, películas dramáticas, trágicas… Se lanzó
hacia mí, sin palabras; sin otro gesto que esos brazos catatónicos. Palpé su
espalda encimada, caímos, como pude le di vueltas no sin esfuerzo sobre lo
natural. Un cuchillo en sus pulmones
laceraba el aire.
Sentada en mi auto,
aparcado en el hombrillo de la vía, me limpio la frente como si quisiera apagar
el tercer ojo, ese que ve más allá de lo que ve.
Miro al hombre de
la angustia seguir su camino tambaleante, con los brazos paralelos a la calzada
como si temiera no ver el siguiente obstáculo: mujer, poste, muro.
María Luisa Lazzaro (Marial)
Noviembre 2015
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